La semana pasada hablábamos de qué son las funciones ejecutivas, como se desarrollan y cuáles son. Por si no viste el post – que puedes cotillear aquí – te lo cuento otra vez:
Las llamadas funciones ejecutivas son aquellas habilidades cognitivas que nos permiten regular y controlar nuestra conducta. Son indispensables para la toma de decisiones, la adaptación al entorno, la elaboración de planes, la anticipación…
La parte de nuestro cerebro que permite su desarrollo es el lóbulo frontal. Es decir, estas funciones se van desarrollando de manera paulatina con la interacción con el entorno y según nuestro lóbulo frontal va creando nuevas conexiones. Es decir, comienzan a desarrollarse a edades muy tempranas (ya desde el primer año de vida) y alcanzan su punto más álgido entre los 6 y 8 años para continuar perfeccionándose durante la adolescencia y hasta los 20 años aproximadamente.
Pero la pregunta del millón es: ¿para que nos sirven estas funciones? ¿Por qué es tan importante y necesario estimularlas desde muy pequeños? La respuesta es simple, parte de su desarrollo depende del entorno – por eso es importante estimularlas. Y, por otro lado, si decimos que son aquellas habilidades cognitivas que nos permiten regular nuestra conducta, ¡es que son necesarias para cualquier tarea que desarrollemos!.
Y os voy a poner aquí ejemplos para cada una de esas funciones ejecutivas que más escuchamos por ahí.
Inhibición: La capacidad que tenemos para “rechazar” ciertos estímulos y centrarnos en la tarea que estamos desarrollando. Es lo que hace que aunque suene ruido de la calle, podamos centrarnos en una conversación). También nos permite regular las emociones y sentimientos, por eso no vamos dando “puñetazos” por la vida cada vez que estamos enfadados aunque tengamos muchas ganas de hacerlo.
Flexibilidad: es la capacidad que nos permite modificar estrategias sobre la marcha o introducir cambios para resolver un problema o adaptarnos al entorno en el que nos toca estar aunque no sea lo esperado o planificado. Nos permite ser creativos a la hora de buscar alternativas. Es por eso que, si estamos en una presentación y el jefe nos pone cara “rara”, podemos cambiar el curso de nuestra charla y darle otro enfoque aunque no sea exactamente lo que habíamos planeado.
Memoria de trabajo: es aquella función que nos permite mantener cierta información en la mente durante un tiempo determinado para poder “operar” con ella. Cuando nos dictan un número de teléfono y podemos retenerlo hasta que lo apuntamos (siempre y cuando no sea al día siguiente o a la hora siguiente, porque es muy probable que se nos olvide – la memoria es maravillosa y desecha aquello que considera inservible). O lo que nos permite escribir en un dictado.
Gestión del tiempo: es lo que nos permite hacer un cálculo más o menos aproximado para no llegar tarde a los sitios, o poder terminar una tarea. Es tal vez la función que más nos falla en el día a día a la gran mayoría de las personas, pero es fundamental para poder desarrollar todas las tareas del día a día.