Cuando se terminan las vacaciones y pensamos en “la vuelta al cole”, siempre se nos escapa un “ufff” por la vuelta a la rutina. Pero entonces este año, después de hacer el típico comentario con un vecino, me quedé pensando: “¿de verdad es tan uff volver a la rutina? ¿Porqué los profesionales insistimos en las rutinas para los niños y sin embargo a nosotros, los adultos, pareciera que nos da pereza?”
Y entonces, como soy de naturaleza inquieta, me puse a mirar no solo la definición de “rutina” en el diccionario, sino que también desempolvé varios artículos científicos sobre lo que pasa en nuestro cuerpo con las acciones rutinarias. Y aquí voy:
RUTINA: Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática.
Lo que me llevó a mirar la definición de hábito:
Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas.
Y esto rápidamente me llevó a los dichos de los abuelos (que también tienen algo de científico, aunque no comprobado como tal). «El hombre es un animal de costumbres» .
Y contrariamente el otro dicho: La costumbre mata al hombre
Y aquí lo que nos sucede: nuestro cuerpo es rutinario y le encantan los hábitos (buenos) para poder funcionar bien. Y sino pensemos en lo que nos pasa cuando llevamos varios días comiendo a deshoras, o alimentos o tipos de cocciones a los que no estamos habituados. Aparecen desarreglos, sobre todo intestinales. Y es que el cuerpo se había acostumbrado a una rutina que no tiene. Esto en los bebés es muy evidente. Cuando no se respetan sus horarios de sueño o comida, están más irritables.
Y a nivel mental, ¿qué nos sucede con la rutina? Pues simple, nos aportan tranquilidad. Saber que sucede disminuye la segregación de ciertos químicos que nos ponen en alerta, por lo que reduce el stress. A la vez que nos ayudan a organizar nuestro día a día y, la planificación, disminuye los niveles de ansiedad.
También, al tratarse de una repetición, hace que sea un acto inconsciente, por lo que dejamos de prestar atención a esa acción repetitiva y podemos centrarnos en otros actos o mantener nuestra mente “relajada”.
Entonces, la rutina es buena. Todos esos automatismos, de alguna manera, nos ayudan a no “volvernos locos”.
Sin embargo, al ser algo repetitivo, de alguna manera podemos decir que la rutina nos impide ser conscientes del momento presente. Y si eso sucede siempre, no está bueno. Si dejamos nuestra vida en “piloto automático” perdemos el contacto con nosotros mismo y las experiencias que nos ofrece la vida a cada día.
Del mismo modo, entrar en rutina de manera deliberada, no nos saca nunca de nuestra zona de confort, lo cuál nos brinda seguridad pero pocas posibilidades de crecimiento.
Y aquí es donde esta autorreflexión que comparto me lleva a la conclusión final de que NO necesitamos desenterrar la rutina de nuestras vidas (de hecho, aunque nos cueste reconocerlo nos gusta volver a la rutina). Sino que, como todo, utilizando los automatismos en ciertos momentos (ni siquiera siempre para las mismas acciones) e intentando prestar atención o dejándonos asombrar por el día a día.
No hace falta irse de vacaciones para escapar de la rutina, podemos hacerlo en pequeñas dosis cada día para poder funcionar de manera cada vez más plena.
Un truquito: cuando sientas que la rutina te ahoga, busca una actividad cotidiana y hazla de manera creativa.